Ir al contenido principal

Racionalidad instrumental

Más allá de la necesidad metodológica comentada, el individuo sobre el que la ciencia económica contemporánea construye sus modelos exhibe en su comportamiento ciertas características específicas, entre ellas, el tipo de racionalidad que ha dado en llamarse, “racionalidad instrumental”.

Según ello, la acción racional consiste en la elección del curso de acción más conveniente para alcanzar los fines que el individuo se propone. El curso de acción más conveniente, a su vez, es aquel que optimiza la relación entre medios y fines, es decir, supone la menor inversión de medios para alcanzar de manera satisfactoria los objetivos prefijados. Este modelo se llama también “consecuencialista”, ya que la racionalidad de la acción se evalúa entre otras cosas por sus resultados. En términos de Elster: “Cuando enfrenta varios cursos de acción la gente suele hacer lo que cree que es probable que tenga el mejor resultado general (…) 

La elección racional es instrumental: está guiada por el resultado de la acción. Las acciones son evaluadas y elegidas no por sí mismas sino como un medio más o menos eficiente para otro fin.” Quedarían fuera del alcance de esta definición, por ejemplo, las acciones que tienen un motivo moral: uno no ayuda al desvalido con un fin ulterior, sino que el acto moral es un fin en sí mismo. 

Uno de los peligros de esta visión optimizadora y consecuencialista  entonces está en convertir al individuo modelo de racionalidad en un ser egoísta y asocial.

Presentado de manera sucinta, el individuo caracterizado por el modelo de la  racionalidad instrumental obra en función de:

1) un conjunto de deseos que le son propios,
2) unos medios materiales,
3) un conjunto de creencias acerca del entorno en el que debe actuar y conseguir lo que se propone
4) una meta específica en la situación en la que se encuentra.

Su tarea, en tanto sujeto racional, consiste en averiguar cómo actuar, consistentemente con estas premisas, para alcanzar los objetivos que se propone. Algunos ejemplos pueden servir para ilustrar aspectos que merecen ser comentados. 

Supongamos que alguien que pasa unos días de excursión, lejos de la civilización,  descubre que se encuentra escaso de comida. Aquí el deseo que impulsa la acción es uno bastante universal: la necesidad de alimento. En estas circunstancias, el sujeto debe sopesar, digamos, las ventajas e inconvenientes relativos de intentar cazar o pescar. Tendrá que tener en cuenta los medios de qué dispone para hacer una u otra cosa y evaluar en qué caso tiene mayores probabilidades de obtener más comida con menos esfuerzo. La caza puede proporcionar mayor cantidad de alimento en una sola presa, pero tal vez sea más peligrosa o de resultado más incierto si no se tienen los conocimientos adecuados. Toda la deliberación dependerá crucialmente de las creencias del individuo acerca del entorno en el que debe actuar, donde “creencia” debe distinguirse de “conocimiento”, es decir creencia verdadera. 

Las situaciones de supervivencia proporcionan ejemplos que se adaptan bien al modelo de la racionalidad instrumental pues en ellas quedan muy claros tanto los deseos que motivan la acción como los criterios de éxito sobre los resultados. El “deseo” de alimentarse será bastante estable y prioritario dentro de cualquier conjunto de preferencias, y los criterios de realización permitirán incluso medir el nivel de éxito por la cantidad de alimento conseguido. Los comportamientos que interesan a los economistas son de esta especie; el problema está en que no todas las conductas sociales (aunque de un modo u otro se vinculen a la economía) tienen estas características.

Consideremos el caso de un joven que tiene que decidir qué carrera seguir. Aquí sin duda puede aplicarse la misma estructura de conceptos: deseos, medios, creencias, resultados. En primer lugar, debe reconocerse que muchos jóvenes encaran esta decisión con una perspectiva instrumental: debe elegirse la carrera que con menos inversión de tiempo y dinero produzca el título que garantice mayores oportunidades de empleo, mayores ingresos y menos esfuerzo. Pero en muchos casos, quizá en la mayoría, entran en consideración cosas tales como el gusto del individuo por tales o cuales disciplinas, sobre el tipo de vida que supone dedicarse a una determinada profesión, sobre la satisfacción de un trabajo altruista, etc. 

La pregunta es simplemente, de qué modo la deliberación sobre aspectos tan poco cuantificables (el deseo de ayudar a los demás, el deseo de hacer un trabajo creativo o divertido, lograr “realizarse” o alcanzar una vida tranquila, feliz, etc.) sigue siendo racional, y hasta dónde el modelo de racionalidad instrumental no resulta insuficiente y necesita ser, si no sustituido, por lo menos complementado con otras concepciones.


Entradas populares de este blog

La perspectiva lógica de la filosofía

El programa filosófico del positivismo lógico es, sin duda, radical. Según él, las condiciones del discurso con sentido son muy claras: definición de los conceptos y corrección lógico-sintáctica de las proposiciones. Un concepto se define por un conjunto de rasgos que permiten decidir en qué casos singulares se aplica y en qué casos no. A su vez, una proposición sólo tendrá sentido si respeta unas pautas lógicas (por ejemplo, la correspondencia entre tipos de sujetos y tipos de predicados: una persona puede ser honesta y un número puede ser impar, pero predicar honestidad de un número o decir que una persona es par no tiene sentido) y si es verificable, esto es, si hay modo de determinar su verdad o falsedad. Toda proposición con sentido remite en última instancia a proposiciones que se refieren directamente a propiedades observables. Si decimos que París es la capital de Francia, debemos tener claro el concepto de “capital”, debemos constatar que los objetos “París” y “Francia

Lo abstracto y lo concreto

Suele decirse, con matiz peyorativo, que el pensamiento filosófico es muy “abstracto”. Ese matiz tiene dos sentidos: uno, el más común, el de dificultad –lo abstracto es más difícil de entender, se aleja de la intuición–; el otro, el de distorsión o adulteración –la abstracción presenta una versión reducida de las cosas y, por tanto, las falsea. Las dos objeciones son válidas siempre que se pongan en perspectiva. Abstraer no es otra cosa que aislar mentalmente ciertas características particulares de un todo concreto. Y un todo concreto es cualquier objeto individual (un objeto determinado en un espacio y tiempo determinados), cuya individualidad depende, en efecto, de todos los rasgos que concurren para hacerlo único. Ahora bien, enseguida advertimos que lo realmente difícil de pensar no es lo abstracto, sino lo concreto. De hecho, nuestro pensamiento funciona con abstracciones que dan lugar a conceptos que sirven para construir proposiciones con las cuales nos referimos al mundo cuand